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lunes, 5 de abril de 2010

Vuelta al Huemul Día 2: Laguna Toro a Refugio Paso del Viento

A la mañana siguiente nos pusimos a desayunar. Mientras hacía mis abluciones matinales descubrí con horror que el esfuerzo del día anterior había echado por la borda mi incipiente regularidad en el tema de eh... estem. Ah, bueno, eso. Los cambios de uso horario afectan los ritmos biológicos y pucha que lindo ser mujer y todo eso. Me caigo y me levanto. 8 días. 8 días antes. Me quería matar. Y este será (casi) el último comentario en este post al respecto, pero valga la aclaración de que podríamos hacer un especial de 'Utilísima Satelital para la mujer moderna de campamento'. Y agradezcamos a los cielos (y a C. y F.) por los botiquines bien provistos y los recursos creativos de una servidora, que si no...

Entonces, levantamos campamento y empezamos a dar la vuelta a la laguna Toro con la idea de vadear los brazos de río del delta que se forma después de la tirolesa. En general se cruza por la tirolesa, pero A. la había cruzado hacía unos días de regreso del campo de hielo con J&M y en el medio del cruce se había soltado uno de los brazos del anclaje (parabolt), así que preferimos evitarla. Los riachos estaban bajos pero frrrrios. No lo digo porque lo haya sentido directamente, pero los gritos de los que no estaban usando medias de neoprene me daban una idea bastante cercana a que tan fría estaba el agua. Y eran gritos fuertes. Al muy juvenil pato de torrente que nadaba por ahí no parecía molestarle, pero C. y F. nos habían prestado a N. y a mí sus medias, por lo que estaré eternamente agradecida. Siguiente pieza para agregar al equipo. Definitivamente, no sufrí el cruce para nada (éste, claro). Me sentí un poco culpable cuando se las acepté... eso sí.
F. gritaba sobre las agujas que se le estaban clavando en los pies. Tardó un rato en dejar de saltar del otro lado del cruce para recuperar la circulación en los pies.
Ahí empezamos a subir y pasamos por el otro lado de la tirolesa. Por algo se llama 'No te caigas'. En ese punto el río se encajona y las paredes son altitas. El sendero sigue sobre terreno pedregoso, primero con rocas de un tamaño considerable y más adelante un sector de pedregullo que hay que pasar rapidito por peligro de derrumbes. O sea, se camina por el faldeo de una lomada de piedras que sube a la izquierda y que baja a la derecha hasta el glaciar. No se dónde se habrá caido la amiga de M., pero la deben de haber pasado bastante mal esa vuelta.

Nos subimos al glaciar cuando se acercaba a la morena, un poco más adelante. El cruce sobre el glaciar se me complicó, lo sentía demasiado resbaloso abajo y en varios lugares casi me doy una buena patinada. El prospecto de resbalarme no me resultaba divertido y putee un buen rato por no haber traido crampones. Está bastante sucio, así que podía masomenos afirmarme sobre las piedritas, pero en los lugares donde estaba el hielo más expuesto... en fin... ahí (¿también?) saqué a relucir mi nivel de paquetitud. Respiré aliviada cuando nos bajamos del hielo.

Ni una gota de viento. Era raro. En un momento me separé del grupo y luego volver a encontrarlos se me complicó, hasta que unos minutos más tarde divisé a N. más arriba, filmando. En vez de subir, yo había seguido faldeando y había pasado de largo la saliente en la que ellos me estaban esperando. Me angustió bastante el momento y cuando llegué de vuelta con el grupo estaba oscilando entre querer matarlo a N. por no hacerme señas y tratar de calmarme del julepe que me había agarrado. Claro que con mi expresividad habitual. O sea que C. me ofreció ibuprofeno. Jé. A veces me doy risa.
Ya venía optando por la opción dos, así que seguí tratando de calmarme, pero me llevó unas cuantas horas volver a respirar tranquila.
Son esos momentos donde una entiende que no entiende nada de sus propios límites. O algo así.

La(s) subida(s) eran fuertecitas. Sobre todo después del vivac de los Pampeanos, entre el glaciar Túnel Inferior y el de Quervain (lindo nombre). Caminando sobre la ladera que bajaba hasta el Quervain, me sorprendí pensando en que el glaciar parecía las garritas de un gatito blanco.
Atrás se veían fragmentos del valle del Túnel y el Solo de espaldas, una mole negra. Hacia adelante y la derecha deberíamos haber visto el Cerro Grande, pero estaba todo cubierto de nubes. Durante las subidas, yo iba pensando que me iba a costar bastante olvidarme del esfuerzo que me estaba llevando subir al Paso, si alguna vez quería poder hacer la subida al Paso Marconi. Trataba de imaginarme querer/poder hacer eso (algo que puedo hacer perfectamente en este momento y que ya había hecho muchas veces antes) y no podía. Y también está esa sensación de fiaca extrema, que no me agarró tanto esta vez, pero que igual molestaba en las subidas. La sensación de decir 'acá me quedo, no puedo dar otro paso'. Mientras caminaba, pensaba en la posibilidad de esa sensación y que bueno, que igual sabía que podía perfectamente dar otro paso (aunque alguna partecita presentara en ventanilla 3 que ella no estaba de acuerdo con la moción). Pero que un esfuerzo mayor a este, no señora, nunca más. Dejate de joder.

Claro que no contaba con la vista desde el Paso. Porque, claro, en ése momento y lugar, el Paso no existía. Pero enfilamos subiendo por una especie de calle de piedra hasta que llegamos a una cima, y desde la cima, que era el Paso, se veía el campo de hielo. Dioses del Olimpo, qué vista. Algo blanco, muchas clases de blanco, muchas clases de luz sobre ese blanco y algo de piedra y líneas de corte en el blanco que parece ser el terreno llano, que marcan un movimiento en algo que está estático.
Entonces, tenemos las montañas en el horizonte, el cordón Moreno. Y una mole de piedra que masomenos nos dá un punto de comparación, el nunatak Viedma. Piedra y diferentes cortes de blanco nieve y blanco hielo que marcan que ahí abajo hay una montaña. Entonces el blanco sigue, más blanco todavía, hasta abajo. O lo que parece ser el terreno plano, el glaciar que se extiende hasta más allá de las montañas. Adonde ya no puede distinguirse la textura blanca de la superficie, cambia a otro tipo de blanco-amarillo, un blanco luz vaporoso que parece ser la línea de horizonte entre el terreno y las nubes. Y luego las nubes continuan el blanco, curvadas sobre sí mismas y dejando ver algo de azul aquí y allí. Y el sol en la nieve a la distancia, allá donde hay un hueco en las nubes por el que puede pasar. Un blanco brillante. Eso masomenos compone el paisaje.
Cuando la vista toma forma, se ven otros detalles. (C. va poniéndole nombres a las formas en el paisaje). Los glaciares que parecen derramarse sobre el cordón Mascarello, las nacientes del Viedma y el Upsala. La piedra que los glaciares eroden del nunatak y forma una morena intermedia, una de las líneas que dan sensación de movimiento al terreno. Una forma que también marca el tiempo, algún tipo de tiempo.
Paramos a tomar unos mates en un rincón más resguardado de la cima. Un lujo poder tener un rato acá para poder intentar entender un poco qué es lo que se está viendo. Le digo hola que tal a la laguna Ferrari, que se ve allá abajo. El viento va subiendo de a poco y nos quedamos todo lo que podemos, sacando fotos. N. va filmando.


Después arrancamos de nuevo y bajamos del otro lado del Paso, sigue el terreno pedregoso y a lo lejos se ve el vallecito donde debe estar el Refugio.

El camino se va poniendo cada vez más verde hasta que terminamos serpenteando siguiendo un arroyito entre piedras y matas, que finalmente desemboca en un abra y pasa por adelante del refugio, techo rojo y paredes blancas. Es extraño encontrar esto acá en el medio de un paisaje tan ajeno a la cosa humana.
Elongamos un rato, reacomodamos la mesa, limpiamos un poco y nos ponemos a merendar, liquidando el salamín y el queso que nos había quedado del mediodía. Yo vengo medio sacudida todavía y bastante (más) cansada. F. dice que hoy se cansó. Yo me río y le digo que yo ya me había cansado ayer, que lo suyo sí es resistencia.
Después de merendar... empezamos con los preparativos de la cena. No queda mucho resto para nada más, y aparte si hay algo que vale su esfuerzo, es preparar comida. Afuera el viento está bastante presente.
A la noche, prendemos algunas velitas que hay en el refugio y colgamos las frontales para tener más luz. N. cuenta que está en la recta final del tema casamiento y de como es su trabajo en la productora. Se pone a limpiar la cámara con un pincelito. Hablamos de los planes para el invierno. F. se va de viaje a las Uropas. Yo les pido el botiquín a los chicos y me pongo a hacer manualidades. No puedo parar de reírme de lo ridículo de la situación.
Me tiro un rato en el 'piso de arriba' a seguir con la Péndulo, para hoy me reservé Omelas, de Doña Leguin. Qué linda historia. J. (de J&M) hace poco me recomendó leer la crónica de Shackleton, sobre la expedición a la Antartida, 'Sur'. Me había olvidado que aquel cuento de Leguin, de "La rosa de los vientos" se llamaba así por eso. Habrá que conseguir la versión de Shackleton sobre el tema. Termino 'Los que abandonan Omelas' con el suspirito de siempre y apago la linterna.

En el medio de la noche tenemos una visitante a la que se le da por meterse en una bolsita de nylon y me despierta con el ruido. Espero un poco a ver si se va sola, pero parece que necesita un aliciente. Emergiendo en musculosa de las profundidades de la bolsa de dormir, me siento Sigourney Weaver en Alien. Pero sin el rifle, claro. Al final me da lástima la bicha y, después de sacudir un poco la bolsa, espero que la lauchita se haya caído. Cuelgo la bolsa y me meto en mi bolsa de dormir de nuevo. No, al minuto está de vuelta corriendo la muy bicha. Bueno, pobre, ella también tiene derecho a su rato de esparcimiento.
C. se levanta y, más expeditivo que una servidora, sale afuera y deposita una semejante piedra sobre la bolsa. La ratita se transforma en la rata de Schröedinger. Quedará para mañana a la mañana analizar el estado de la materia bajo el punto de impacto del pedruzco.

 Y esta historia se continúa, aquí: en el día 3.

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