Después de dos noches de asado (muchas despedidas en este fin de temporada chalteniense), en la primera de las cuales quizás me excedí un poco con el consumo etílico (quizás), llegó el día señalado.
Esa mañana, terminé de preparar la mochila y salí para llegar al lugar de encuentro (Nothofagus) a las 9:00.
Estuve tentada de pasar por lo de L. a desearle feliz cumple, pero estimé que quizás sería un poquitín temprano, sobre todo teniendo en cuenta que el día anterior había participado de la carrera y salido tercero en parejas (unos días más tarde me confirmaría con cara de alivio que, efectivamente, había sido una desición acertada). De hecho, era bastante temprano y N., el camarográfo, estaba recién desayunando con S., otro de los cámaras de ESPN. Aproveché que tenía tiempo para desabrigarme un poco (el día estaba muy bonito y no hacía nada de frio ni viento, lo que ya es bastante decir). Enseguida llegaron C. y F.
Acá debería hacer un apartado y comentar que el día anterior F. también había participado en el anteriormente mencionado Desafío Chaltén y había resultado primero, junto con M., en la carrera en parejas. Así que el equipo de la expedición iba a ser el Sr. Guía de Montaña, el camarógrafo (escalador el muchacho), un muchacho corredor entrenado y esta chica. La chica estaba un poquitín insegura de poder seguirles el tranco después de pasarse cuatro meses atrás de un escritorio, pero bueno, algo se podría hacer.
Antes de salir, N. quería hacer unas tomas de nosotros llegando con las mochilas y de los preparativos, así que C. nos estuvo mostrando en el mapa el recorrido y aprovechamos para hacerle algunas preguntas. Me preocupaba un poquitín el tema de cómo estarían los mallines, pero bueno, más que embarrarse un poco no iba a pasar. C. me dijo que no estaban tan mal en esta época. Lo que sí tendría que haberme preocupado en ese momento eran los vadeos de los ríos, sobre todo el Túnel, ahí, cuando viene tan cerquita del glaciar. J. me había ofrecido la noche anterior unas medias de neoprene y le dije que no hacía falta... little did she know...
También repartimos el equipo general entre todas las mochilas. Calculo que habré salido con alrededor de unos 14-15 kg, la había pesado a la mañana y tenía un poco por arriba de 11 kg, así que con el resto habrá llegado a eso.
Y a eso de las 11 y monedas salimos para el lado de Parques Nacionales: el sendero a Laguna Toro comienza allí. Además, N. tenía que pasar a dejar la autorización y hacer los papeleos correspondientes al caso. Nos llevó un ratito de más de lo inicialmente calculado, pero finalmente salimos hacia el campamento Toro, silbando bajito.
La primer parte del camino se hace en subida siguiendo el río Túnel, que en esa parte casi que se encajona y tiene varios saltos. A los costados, se tiene del lado izquierdo varias paredes de roca sobre el río, de formas increíbles. Una se imagina los elementos trabajando la piedra durante los milenios. Agua, viento, hielo. El universo como artista, tallando esa pared. Del otro lado sube una lomada cubierta de pasto patagónico, matitas amarillo-naranja de diferentes tamaños y texturas. Algunas rocas salpicadas por aquí y por allá.
El paisaje otoñal se empieza a ver, a la distancia, los bosques tienen esa sombra rojiza y, de cerca, se puede ver ya las ramas cambiando el color. A eso de la hora y media, hacemos un alto para tomar un poco de agua y darle a un mix que trajo C. de maní, pasas y nueces que está buenísimo. F. se pone a sacar fotos y yo lo sigo. Tenemos de un lado la vista del Solo y del Pliegue Tumbado. Al otro se puede ver la parte de arriba del Huemul, ya más expuesta a la vista que desde el pueblo.
No entiendo a las montañas. Una se pone a mirarlas y la vista se escapa. La escala se pierde.
El senderito va subiendo. Seguimos el camino que hacian para buscar leña los Halvorsen, una de las familias pioneras de la zona, nos dice C. que por eso está tan marcado, porque subían con el carro por acá. Y nos metemos en un bosque de lengas (o de ñires... algún día voy a aprenderme la diferencia). Bastante viejo. C. encuentra unos llao-llao en uno de los árboles y nos pregunta si queremos probar. Nunca había visto uno fresco, solamente algunos demasiado duros como para comer. Estos parecian una especie de flan de damasco bastante sólido. Lo fuí comiendo de a mordisquitos, un sabor interesante. Estos, las polveras y las lenguas de vaca son los hongos de la zona comestibles. Estuvimos un rato hablando de las cosas que se pueden comer por acá. N. encontró unos honguitos rojos que parecían láminas chiquitas, sobre unos troncos medio podridos que estaban en un arroyito que cruzamos. Bonitos.
Hace unos años, nos cuenta C., una mujer desapareció en este sendero. Le dijo al guía del grupo que lo esperaba ahí y, cuando el grupo regresó, la mujer no estaba. Y nunca más la encontraron. Y ahí termina la historia. Esta zona no tiene peligros ocultos y, camine para donde una camine, siempre termina en algún punto de referencia bastante fácil de seguir, así que la teoría general es que la susodicha quería desvanecerse en el aire.
A eso de las dos y algo paramos en la parte más alta de la lomada, desde acá se ve ya el valle del Túnel con una franjita del glaciar a lo lejos y el perfil de la bajada que proteje el campamento del viento. Le entramos a la viandita con gusto, una picada de salamín y queso y unas cerealitas. Hay un poco de sol cada tanto y se está lindo ahí. Sin tábanos, sobre todo.
Damos vuelta piedras buscando fósiles. Hay algunos fragmentos de ammonites. Los otros se llaman belemnites, apunta C. ¡el 'algo' que yo no me acordaba el nombre y que habíamos encontrado con M. en la Loma de las Pizarras se llamaba belemnite!
Levantamos los restos de la picada (decidimos dejar la palta para mañana, así madura un poco más) y seguimos camino. Cruzamos algunos hilitos de agua y algunos mallines, incluyendo 'el mallín' con las señales de Parques de los dos lados. La vez que había hecho este camino había sido en la Navidad del 2005 ¿o el 2006? La cuestión es que Su me había dado sus botas de cuero para irme de trekking. Eran unas lindas botas de cuero, lucían resistentes y ese año ya le tenía ganas al Paso del Cuadrado, así que empecé a planear pasar la Navidad en Toro y el Año Nuevo en el Paso... pero no conté con que el pegamento de las botas quizás necesitara una recauchutada luego de unas decenas de años en desuso... se disolvieron al primer arroyito... y con los tábanos realmente no daba para seguir el camino en ojotas. Ese año había muchos tábanos por todos lados. Así que las tuve que atar cual matambre con algunos piolines que tenía por ahí. Un desastre. Todavía me recuerdo el alivio cuando llegué de vuelta a la casa de Parques y liberé los pies de 'eso'. Pobres botas.
F. caminaba y hablaba con tal entusiasmo que no parecia que el día anterior se hubiera echado la carrera esa. Impresionante. A mi las subiditas se me hacían cuesta arriba, para variar.
Y la última bajada y ya teniamos el campamento a la vista. Cuando llegamos, algo no encajaba... ¿qué hacía esa llama pastando ahí? Una llama... ¿dónde había visto yo una llama hacía poco? Jé... el día anterior, yendo a buscar el cubre-pantalón y, mientras saludaba a las V. en la calle, había pasado una llama corriendo desbocada por la San Martín, al gritito de “Soy libreeeee”, o como sea que se diga eso en llama. Sí, llama, el camélido andino, ése mismito. Acá se usan para portear material a los campamentos. Y se ve que Toro le había gustado a la loca. Llama corajuda, con los pumas dando vueltas, se había venido hasta acá.
Dejamos a la llama en la suya por un rato (después nos daría la escusa perfecta para usar el telefonito satélital, así que la fueron a buscar al día siguiente) y nos dedicamos a armar el campamento y preparar unos mates, traer agua y esas cosas. Si encuentro al reverendo hijo de su madre que desidió (sí, con 's') poner la letrina del campamento al lado de MI piedra de la mesa, lo mato. Me fuí un rato a sacar fotos a la laguna mientras C. y F. se tiraban a una siestita y N. andaba por ahí filmando cosas.
La laguna estaba linda, ni una gota de viento. Unos cauquenes salieron volando del pastizal y se pusieron a cubierto del otro lado del agua. ¿Me verían cara de hambre? Me tiré un rato en la playa de cantos rodados (crash, crash, crash) a mirar el glaciar. Cerro, glaciar, roca, agua. Cuando ya fué demasiado me levanté y seguí la desembocadura hasta el rio, donde las piedras ya se van poniendo más grandecitas y el agua levanta ruido cuando pasa. (Este es el sonido de mi pueblo, me dijo una mujer del otro lado del planeta mientras caminabamos al lado del Ida.) Entre las matas de mutilla y el agua, había una playita de roca por donde se podía pasar. Me llamó la atención que había varios segmentos con mucho sedimento sobre las piedras.
A la vuelta al campamento me abarajó N., que quería filmarme mientras sacaba fotos. Así que seguí sacando fotos, nomás. De ahí nos volvimos al campamento, metí las cosas en una de las carpas y me puse a leer la Péndulo que había llevado (es la 3, la que tiene 'Los que abandonan Omelas' traducido por Gardini), originalmente aparecido en 'The wind's Twelve Quarters'. C. se puso a preparar la cena, así que seguimos con el tema de traer agua, cortar verduritas y esas cosas. Nos lamentamos, no por última vez, de no haber traído alguna bebida espirituosa. Después del pollito del otro día, a mi todavía me costaba pensar siquiera en cuestiones etílicas, pero debí haberme imaginado que eso se me iba a pasar en un par de días. Y bué.
Las lauchitas de laguna Toro empezaron a hacer su aparición, así que pusimos las cosas a cubierto y nos fuimos a dormir. C. estaba leyendo 'Así habló Zaratustra' y estuvimos hablando un rato de eso. Y después me dormí.
Esto se continúa en el Día 2.
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Pioneros: Andreas Madsen
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