lo escrito

sábado, 24 de enero de 2009

otro día (más) en la vida de una wwoofa (toma cinco)

Y ahora rumbeo para el lado de Levin, en la costa oeste de la Isla Norte de New Zealand. Hacia el Organic River Festival 2009, que va a ser el viernes, sábado y domingo. Pero llego el lunes, porque el laburo empieza el martes, y ya los primeros wwoofers en llegar armaron la carpa que será la casita de algunos esta semana, esta chica incluída. Me encuentro con Y., un japonés bastante raro, cantante y guitarrista y con R., una inglesa de familia india que me cuenta que era médica y ahora está empezando como actriz. Le pido que me repita porque seguramente no le entendí, este tema del inglés... pero sí, me dice que es ansina nomás la cosa, mientras se ríe incontrolablemente. Más gente tratando de cambiar de rumbo.
L., otra inglesa repatriada acá es una de las organizadoras y nuestro contacto wwoofer. Más gente interesante.

A eso de las 6 está lista la cena, y el equipo encargado de la misma está conformado por una banda de hare krishnas locas que cocinan unas delicias increíbles. Nos dicen que las duchas no llegaron todavía, pero mañana... o sino está el río. También me encuentro con la banda de españoles viajeros, L. (azafata), S. y P. (canarios ellos) y luego en la semana a M. y LL., catalanes. Así que me vuelvo a escuchar un rato hablando español. Las palabras salen raras.

Del segundo día al cuarto nos reunimos cada mañana a planificar el día, y M. y L. (los organizadores) reparten las tareas. M. se encarga de volverla loca a H., la 'coordinadora en el campo de batalla', agregándole cosas que no estaban planeadas y pidiéndole gente que ella ya tenía acomodada en otros lados. Para el jueves, H. está en una especie de ataque nervioso continuo y se para a reir como una desquiciada en el medio de las reuniones. Nosotros no estamos en mejores condiciones :) M., una holandesa viajera, la persigue para que descanse un rato y después la mandan a una sesión de masajes porque todo esto es demasiado.

Entonces. Tareas. El segundo día empieza con una clase de yoga propuesta por la intrépida lider de las Hare Krishnas, y prosigue después del desayuno con la limpieza de una entrada nueva desde el estacionamiento (son unos 10 minutos de caminata dentro de un bosque para llegar a la reserva donde se hace el Festival). Hay que desviar el camino en los últimos 20 metros. Nos vamos con P., dama local, junto con su chica, B., diseñadoras de ropa y gente “quite fun”, B. tiene un par de aros de plástico nuevos para cada día. El de hoy son dos avionetas amarillas de cotillón (y en la semana serán pacman y fantasmita, transformers y otras cosas que ya no recuerdo). Nuestro lider es el herrero, J., que viaja con su familia, un conejo y dos gallinas (más un pollito) en un micro reconvertido en castillo que tiene un exterior decorado con ladrillos pintados. Un tipo silencioso que se la pasa haciendo cosas de acá para allá en su bicicleta (el campo es grande), enfundado en una camisola de cuero muy apropiada para un herrero. Una de las gallinas es de una variedad china, y parece una versión angora de un chanchito de la india con pico.

Se hace la hora del almuerzo y todavía no terminamos. La tarea de la tarde tarde va a ser ayudar con el armado de las carpas donde se van a poner algunos de los stands. En esto nos lidera E., que vendría a ser una especie de Teniente Castillo neozelandez, pero con sonrisa de oreja a oreja. Nos entusiasmamos y armamos la de los Hare Krishna sobre el campo, cuando en realidad va sobre el camino que va al río, así que la terminamos transportando a pata, en una maniobra de extrema dificultad (doce personas moviendo una carpa de unos 20+ metros de largo por unos 4+ de ancho, sobre calle de tierra. Logramos llegar sin lamentar pérdidas considerables.

Después nos vamos al río un rato, con R. y Y., que se pone a tocar la guitarra y empieza a sacar un instrumento atrás de otro de su mochilita viajera.

El miércoles nos ponemos a organizar las tuberías que llevarán el agua de aquí para allá, con M. (camionero neozelandez de gran sensibilidad) y L., la azafata mallorquina. Me empieza a agarrar una peste que me dura todo el día (empieza con nauseas y continua con un dolor de cabeza de la gran siete).
Pero de ende mientras las tareas son variadas, corriendo de acá para allá. Al final me doy por vencida y acepto que mejor me quedo a vigilar la puerta de entrada. H. y S. me preguntan a cada rato como me siento y si estoy tomando agua suficiente. Me termino acostando apenas termino de cenar.

Día tres. O sea jueves. Empiezo el día, ya recuperada, con otra clase de yoga. Para mañana hay que tener todo organizado porque ya va llegando la gente, así que es un día remolino. Seguimos corriendo de acá para allá, pero más rápido. Me engancho con el equipo de cortadores de pasto y seguimos dándole al área donde van a estar acampando las familias, cerca del río. La bordeadora es un camino de ida y a la tarde la perdemos a L. por un buen rato, que se niega a soltarla.
Además, en algún momento que ahora no recuerdo, lo seguimos por un rato a W., otro local que vive en su camión en la reserva (personaje) y que se auto asigna toda tarea que puede. Nos deja limpiando y rellenando de piedras el camino de las camionetas y motorhomes y se va a colgar luces con B., yanqui de Seattle que luego se nos desaparece por ahí, en fin.
Para el festival, H. me asigna al equipo de “Zero Waste” (o sea, basureros con ondina ecologista), nuestro lider temerario será J., que en la reunión de organización del equipo nos aclara que la ventaja de este equipo es que uno puede seguir levantando basura aunque esté borracho, así que no hay problema en que nos excedamos en consumos varios. J. es un capo. L. aclara que esto no incluye los baños y yo salto de contenta. (Error: canté victoria antes de tiempo.)

Después de lo de las piedras y el pasto (y sacar unos pilotes del suelo y...), quedó reventada y ya van 3 días sin bañarme, así que no me importa nada lo de las duchas y me pego una corrida al río, donde una pequeña local se mata de la risa de mi ataque de frio y me muestra como ella sí puede hacer una vertical abajo del agua. Y después una medialuna. Malditos niños.

A la tarde, el grupo Maõri dueño del lugar nos recibe en una ceremonia donde nos otorgan la responsabilidad y el uso de la tierra de la reserva. Muy emotivo. El lunes siguiente tendremos una donde se hará el proceso inverso, pero mientras tanto me siento un cachito más en casa.

A la noche me quedo un rato en la carpa de las Hare Krishnas (todavía no ví un chabón-HK acá laburando) con R., cantando el Hare-Hare-Rama-Rama, etc etc. La cocinera, Madhupuri, es además la música de la banda. Todos parecen medio apagados, ésta es gente rara.

Llega el viernes, primer día y empieza a caer gente al rancho. A la mañana corremos de acá para allá con decoraciones hasta que me engancha L. para ayudar con parking... pero por alguna razón extraña termino limpiando los baños... en fin, quedaron una pinturita. A la tarde hago mi primer guardia en el puesto de Zero Waste. Tenemos 9 categorías diferentes y la tarea es dirijir el tráfico, a saber:
- Vidrio
- Cartón y papel (limpios, señora, no, esa servilleta tiene demasiado aceite)
- Plásticos (sí, dice 'no cups', pero es porque las cups de coffe son de papel... no, la tapita sí es de plástico, ah, ¿que acá en NZ reciclan solamente 1 y 2 y esta es 5? Bueno, entonces tirela en la de Rubish... ah, ¿Eso no es plástico, es aleación de maiz (corn starch)?, bueno, al compost entonces)
- Botellas de leche de plástico (noooo! Bueno, no se preocupe, yo la cambio)
- Lata
- Aluminio
- Bolsas de plástico
- Food/Compost (orgánicos biodegradables)
- Último recurso (todo lo demás)

Los primeros momentos son un tanto desesperantes, la gente avanza con su basura y la tira en cualquier lado, pero después me calmo un poco y ya entro en modalidad agente de tránsito basuril. Además tengo la suerte de estar adelante del escenario, así que puedo ver las bandas que tocan.
Nos matamos de la risa con S., la catalana, sobre las actitudes de la gente. Los chicos son los que más se paran a mirar y pensar un rato antes de tirar la basura. Algunos de los grandes se molestan un poco y otros van derecho al canasto y después de tirarla te miran con cara de ¿ves? ¡yo sabía adonde iba!
Ayudo a una señora a tirar unos platos de plástico y un juego de cubiertos que parecen sospechosamente buenos, así que le pregunto un par de veces si está segura de tirarlos. La señora, toda sonrisas, me dice que sí, sí. A los tres segundos de que se va la amable viejita, aparece un muchacho desesperado a buscarlos, porque los había dejado un momento sobre uno de los bancos. El ritmo de reciclado toma velocidad.

El viernes a la tarde hacemos raid por los puestos, consigo yerba mate gracias a otro de los voluntarios que pasó por la estación de Zero Waste con uno abajo del brazo. Casi me le tiro al cuello y tuve que controlarme para no entrar en convulsiones cuando le vi el paquete. En el camino al puesto de yerba me encuentro con L., chileno de la Isla de Pascua que está viviendo en NZ desde los '70 y que me manda a verlo al W., un boquense de remera del Che con el que me quedo hablando un buen rato. Con L. también está M., ecuatoriana viajera que le habla a sus sobrinos en quechua y con la que charlamos un rato con la mayorquina, acerca de dios y los chicos, claro.
Mientras se va armando la fogata al lado del rio, el chileno pascuense nos cuenta a los catalanes y a mí de sus teorías sobre las estatuas de la Isla de Pascua. Definitivamente tienen que haber sido extraterrestres (o también se comenta de una bruja), es su conclusión de local.
Con R. degustamos todo vino de la Celtic Winery que tienen en cartel y decidimos que la mejor opción es una botella de mead wine. Bailoteamos un rato, ya venia siendo necesario. En la pista nos unimos a la mayor parte de la troupe wwoofer, anche organizadores, desesperados por mover las tabas. Improvisamos una tarantela con R., que se sigue ríendo con su risa de castorcito contento. Me pongo a hablar con P., un neozelandez, y nos vamos al río, que están dándole a los tambores. Llevo mi paranku viajero y me engancho en la batucada. Después le paso un rato el paranku a P. y me siento un rato a darle a un djembé grandote con gusto.

Al día siguiente tengo las manos un poquitín amorotonadas, además de una resaca mortífera (y algunos otros efectos secundarios, tendría que haberle puesto un almohadoncito al djembé, je). Pero quién te quita lo bailado, ¿eh?

El sábado empieza con guardia en la primer entrada, hacia donde nos lleva L. y nos deja ahí, con mi amiga la castora (R.), B. la-de-los-aros-locos y M. (holandesa que trata continuamente de no tomar las riendas de la organización). R. y B. arman su número del “possum aplastado por un auto” y no puedo parar de reirme.

Al mediodía de nuevo al puesto de Zero Waste y luego me quedo escuchando la música un rato, hasta que la resaca me manda a la carpa.

Me despierto el domingo en una islita seca en el medio del río-carpa. Se largó la tormenta de lo lindo y estamos todos medio sumergidos. Por suerte, la mayorquina y yo estamos en el único lugar que no tiene cuatro centímetros de agua en la carpa. Huyo despavorida. La lona del techo del comedor parece una bolsa de agua. La miramos con miedo con la cocinera hare krishna y llega el Teniente Castillo y le hace un tajito para que desagüe en vez de explotar.

Ultimo día del festival, pero los wwoofers vamos a andar por acá hasta el martes, así que se arman planes alternativos de alojamiento para la noche. De cualquier manera, ni los asistentes ni la banda wwoofer se asustan con la lluvia y todo sigue masomenos igual. La lluvia pasa para un lado, las nubes van para el otro, el viento no se decide, sale el sol y después se cae el cielo de nuevo. Obviamente, todo es un barrial. Con el frío, reaparece Nanny Blanket (alias L., la escocesa de voz de trueno que siempre anda con una botella de gin bajo el brazo). Los locales andan descalzos, aprovechando que lo único calentito a estas alturas es el barro. Los locales están locos.

De a poquito empiezan a desaparecer carpas y stands. La música sigue abajo de la carpa-patio-de-comidas e implementamos un nuevo raid, esta vez a por un pancho.

El lunes, ya no quedan muchas carpas en las áreas de camping. ¡Y se puede disfrutar el silencio de nuevo! En la reunión general nos alegramos con T., una alemana que está viajando con un embarazo incipiente (o un caso complicado de exceso de curry hare krishna), mientras tratamos de despertarnos y entender qué es lo que vamos a desarmar hoy.
Al mediodía hacemos la ceremonia inversa, para devolverle al grupo maõri la propiedad de la reserva (aclaremos que propiedad espiritual, porque las tierras son del gobierno). Se habla, se canta, hacemos un hongi comunal medio caótico y entramos a la carpa a tomar un té con galletitas y a darle a la guitarra un rato. Canta una maõrí, después un muchacho que parece alemán canta un rato en inglés y finalmente Y. se abalanza sobre la guitarra y todos aplaudimos emocionados al japonés mientras canta un par de canciones suyas en nihongo.

Y abajo carpas, decoraciones. A organizar cosas en cajas, levantar basura del suelo, desarmar las estaciones de zero waste y moverlas a la entrada y a nuestra actividad favorita de la tarde: Re-clasificar todo lo que durante estos tres días la gente estuvo tirando en los tachos de “Último recurso”. Pasamos por cerca de las nauseas a gritos de “¡¡miren lo que encontré!!”, “yo conozco esos zapatitos rosas”, “¿querés un durazno?” y volvemos a las nauseas de nuevo, las discusiones de qué va dónde y empezamos a resoplar y K., nuestro líder intrépido y tamborilero maõri, anche capoeira-teca, nos arenga para que sigamos, que estamos re-aprovechando un 85% de lo que se tiró originalmente. Finalmente nos tiene piedad y nos deja ir a tomar un té. Volvemos al rato y terminamos las últimas bolsas entre gritos de alegría.

Y con eso terminamos, me pego un baño antes de atacar la comida y estoy lista para la festichola wwoofer de la noche de despedida. Los adolescentes de la manada parece que han estado haciendo sus primeros pasos en las bebidas espirituosas, y una de mis compañeritas de la estación de reciclaje le pide a uno de los chicos su bastón, no para pegarle a su hermano, claro, ella es una pacifista.

Y el martes, me voy para Welly, para tomar el ferry a la Isla Sur.

Links anteriores:
Toma cuatro
Toma tres
Toma dos
Toma uno

Foticos:
Chalten @ Picasa

2 comentarios:

Paula dijo...

Tus posts me cansan. Pero no por largos... sino que hacés taaaaaantas cosas!! jajaja!! Y cuánta gente!! Es impresionante la cantidad de personas que está en la wwooferidad! (?)
La de la muerte del possum atropellado me pudo. Cuando vuelvas te vamos a exigir que la hagas para nosotros, podés elegir a quien haga de auto. XD

Respecto a la cultura del reciclaje: nos veo tan lejos a los argentos en eso... tan tristemente lejos, sin conciencia ni políticas para eso, que me da muchísima bronca. ¿Qué cuesta educar para lograrlo? Pero no, parece que es molesto o que no se necesita.
Una verdadera pena.

Vaya, m'hija, crúcese a la islita esa y cuéntenos cómo es la vida ahí, más lejos todavía que en este post.
Besos, saludos y muy buena suerte!!

chalten dijo...

Por acá en todas las casas donde estuve tienen su tacho de compost y aparte la basura inorgánica. En los hostels en general vi tachos diferenciados para papel, vidrio, latas, orgánico y todo el resto. Sí, una cultura distinta. La única diferencia que hago en casa con la basura es cartón/papel y después todo lo demás, para que no sea tan molesto el tema para los cartoneros que pasan. Nuestra recolección de basura no es diferenciada tampoco, así que por más que uno haga algo, no tiene mayor sentido.
Ahora ando en una semana mas vacacional, así que recuperándome un poco de la cosa wwoofa, porque imaginate si te cansás de leerlo solamente, lo que fué eso... :) Lo del ataque de nervios de la pobre chica fué bastante representativo.
Un abrazo! L.