(Intenté escribir esta entrada en un tono más "literario", pero se vé que, cuando me toca a mí, no me sale.)
El miércoles pasado, 5 de octubre, viajé a Calafate por un problema de salud. Pensaba bajar en la entrada, pero el chofer del micro de CalTur me avisó que no estaba parando más en el Hospital, porque lo habían suspendido por hacer eso. Parece que la jefatura de la empresa no ve el mismo problema con entrar al Aeropuerto, a pesar de que tampoco tienen permiso. Será mas cool incumplir la ley dejando turistas en el Aeropuerto que locales en el Hospital. En fin, a nuestro tema de hoy.
En la entrada de Calafate, unos quince o veinte minutos antes de las 11:00 hs, como ya es habitual, subió la Gendarmería a revisar la documentación de los pasajeros y la lista de los ídems. Una femenina y un masculino, pidieron documentos y leyeron, o hicieron que leían, porque a veces una no está segura. Terminada la ronda, la femenina se acercó al masculino y le comentó algo.
Ahí ví la primera lucecita roja: al subir yo también había notado un perfume fuerte en el pasillo. Algo dulzón, sahumerio.
El masculino miró a los que ahora nos habíamos convertido automáticamente en traficantes de droga, a saber: esta chica, del otro lado del pasillo de esta chica un señor viejito del pueblo, atrás de él un treintañero largo con pinta de jipi, y atrás mío una pareja de turistas extranjeros.
Parece que esta chica tiene una pinta de traficante que voltea, sobre todo cuando se le está partiendo el pecho por lo que, horas mas tarde, la amable médica que la atendió en el Hospital determinaría que no era un problema cardíaco, sino gástrico. Sé que exagero un poco (¡bueno!) con la combinación de colores en la ropa, pero de ahí a resultar la principal sospechosa de este grupete... El jipi estaba, de lejos, antes que yo.
Entonces, el masculino me dijo que necesitaba que bajara del micro. Yo le respondí que no, que no había razón y que me quedaba ahí. Él me pidió revisar mis pertenencias. Le dije que sí, pero que él no, que su compañera sí podía, que yo se las iba a mostrar. La femenina se acercó y empecé metódicamente a desarmar mi mochila y mostrarle cada recoveco. A la mitad, mi cuerpo se empezó a poner nervioso, por más que intentara respirar hondo. Me temblaban las manos con una mezcla de miedo, impotencia, bronca, todo lo que me viene bullendo dentro cuando pienso en estos abusos de autoridad. Yo las ignoraba y no sentía nada, cabeza fría y a respirar hondo. Pero las manos gritaban. Dejé para lo último mostrarle la netbook de Conectar Igualdad. Ahí a la femenina algo le hizo ruido con su veredicto, pero siguió la requisa.
Terminé de mostrarle la mochila, y me pidió que le mostrara la campera, así que procedí a abrir cada bolsillo y mostrarle el contenido.
Pero ahora había pasado a ser más sospechosa todavía, porque me temblaban las manos. La femenina se lo dijo al masculino ("Está nerviosa") y el masculino me preguntó porqué. Le respondí que porque ellos eran dos y estaban armados. Ahí él empezó un par de vueltas de "éso no tiene nada que ver", la que terminé después de un par de loops con un "bueno", y un encogimiento de hombros. Me pidió que le dé el documento. Le dije que no se lo podía dar, que se lo podía mostrar si quería, y no insistió. La femenina me preguntó si no tenía problemas en sacarme el pantalón arriba del micro, a lo que le repregunté porqué iba a pedirme eso, si yo estaba cooperando y le había mostrado todo. Ella dijo que por el olor. Yo le dije que lo único que le podía decir sobre el olor, era que no era mío. El masculino me espetó un bastante violento "¿Usted consume estupefacientes, no?". No lo podía creer. Le respondí que no, que como iba a consumir estupefacientes, si eran ilegales. Ése fué el único cinismo que elegí permitirme. Los únicos que estaban incumpliendo la ley eran ellos dos, que no tenían su identificación a la vista (estaban usando unos chalecos fluorescentes arriba y, por más que miré, no se veían). Por supuesto, ésto último no se los dije: yo necesitaba llegar al Hospital.
Se bajaron los dos del micro, pero no arrancábamos. El viejito me dijo: "Piba, esto va para largo" y bajó a fumar. El jipi lo siguió. La familia del Papu (estudiante de la EPJA Primaria) se bajó ahí, tenían turno en el Hospital. Cuando finalmente llegué al Hospital me los crucé a él y al padre, que me dijo que no podía creer que me estuvieran revisando a mí (ellos estaban en el fondo y no veían a quién estaban requisando), y me preguntó qué era lo que llevaba. Una también quisiera pensar que este tipo de procedimientos se los hacen solamente a los culpables criminales malos malísimos y que esta chica seguramente algo habría hecho, pero una viene leyendo los diarios del mundo y ya perdió la inocencia hace rato.
Al minuto subieron al micro el viejito y el jipi, y este último me dijo, "quedate tranquila, Flaca, que ya negociamos". Ni le quise preguntar qué habían "negociado", pero el loco estaba incontenible. Yo creo que era uno de civil, porque si no no se explica que no haya sido él el primer "sospechoso", por portación de jipismo flagrante. Y agregó, haciéndome oler su riñonera de aguayo (vaaaamos), que tenía una plataforma arómatica de patchouli de al menos el mismo tamaño que nuestra plataforma submarina. Hijo de puta(*), podías haber saltado antes a aclarar las cosas. La gente se divierte barato con el sufrimiento ajeno. Mi venganza silenciosa fué sonreirle cuando me tiró en broma un "Vamos miti-miti, ¿eh?". Quedate con la duda, salame.
El micro arrancó y finalmente llegué a la Terminal, desde donde me dediqué a seguir mi vida después de esquivar un par de tiritos del jipi, que supongo que pretendía que le diera las gracias. ¿Ah, mi héroe? Salame. Lo saludé al viejito y, mientras caminaba hacia mis trámites, llamé por teléfono a unos amigos en Calafate para avisarles lo que había pasado, porque tenía las tabas de gelatina. Y porque tenía miedo.
¿Y recibir disculpas de nuestros defensores de la frontera?
Las espero sentada. No fué ninguna equivocación. Ellos estaban haciendo el trabajo para el que los entrenaron y formaron: culpabilizar, vigilar y controlar a la población.
Conocé tus derechos. La próxima vuelta te toca a vos. No dejes que te bajen del vehículo, no les des tu DNI, mostráselos de lejos con testigos cerca. Siempre con testigos cerca, mirando todo. Siempre con el respeto que vos te merecerías, aunque no sea recíproco. No tenés porqué responder nada. Sin una orden judicial o sin flagrancia, no pueden tocar ninguna de tus pertenencias. Asesorate y evitá problemas. Poné un límite.
(*) Sí, yo también uso insultos y malas palabras, cuando es oportuno. He recibido aplausos de pié.
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