Estas palabras las escribí para el acto del Día del Respeto a la Diversidad del 2016. Como yo no iba a estar en el pueblo, tuve la suerte de que A., la directora del grupo de Teatro de la Biblioteca Popular (y tallerista de Teatro del CABI), aceptara leerlas por mí y repartir los papelitos de colores que se iban a usar en la actividad (los papelitos sobrantes del armado de una bella Wiphala, algún otro año). También le pedí permiso a E. para usar un texto que había publicado en su Facebook y que me pareció que resumía unas cuantas cosas. Así que, nuevamente, gracias a ambas.
"Hace un tiempo estuve en casa de mi hermano. Después de comer, me puse a jugar con mi sobrino. Matías tiene dos años y todavía no habla, pero balbucea. Me señaló la puerta de la casa y hacia ahí fuimos, aunque no salimos del todo. Nos quedamos del lado de adentro, detrás de las rejas. Paré a Matías sobre la caja del medidor de gas y él se agarró a los barrotes, como un monito.
Era la hora de la siesta y no había movimiento en la
calle.
Solo había dos chiquitos revolviendo basura en el contenedor de enfrente. Creo que eran
hermanos. Uno tendría siete años y el otro cuatro. Matías se sacudió y ellos
nos miraron. Después, el más grande acomodó unas cajas de cartón en el chango y
empezó a empujar. Vamos, le dijo al más chico. Pero el de cuatro no nos sacaba
los ojos de encima. Lo ví mejor y me impresioné. Tenía la cara llena de
cicatrices. Marcas de quemaduras, parecían. El más grande empujó el chango, que
sonó como un portón oxidado. Matías volvió a saltar y a gritar. El de cuatro
siguió a su hermano, obediente, aunque sin dejar de mirarnos. Y de pronto clavó
los pies, como diciendo: tengo que hacer algo. Sentí un frío por la espalda. El
chiquito respiró hondo y corrió hacia nosotros. Su velocidad me dio miedo.
Quise desprender a Matías de los barrotes y meterlo para adentro. Pero no tuve
tiempo. ¿Qué haría cuando llegara? ¿Nos pegaría? El pequeño diablito llegó en
menos de un segundo. Se agachó, desapareció tras la pared que sostenía las rejas,
y reapareció con un globo. Se lo dio a Matías. Un globo viejo desinflado de
helio. Un globo que solo llegaban a ver Matías y el nene de cuatro años. Desde
donde yo estaba, no lo podía ver.
No, mi amor, le dije. Ese
globo es para vos. Se lo dije con las piernas temblando. Con la voz asustada.
El nene negó con la cabeza y alargó otra vez su mano con el globo. Matías se lo
sacó de las manos y le agradeció a su forma, como los monitos.
El pequeño diablo volvió
con el mayor a la misma velocidad con la que había llegado. Su hermano empujó
el chango cargado de botellas y cartones. Ya no nos volvieron a mirar. Doblaron
en la esquina y desaparecieron. El temblor de las piernas no se me iba. Un nene
de cuatro años me había asustado. ¿Ese pequeño diablito? ¿De verdad le tenía
miedo a un chico de setenta centímetros? ¿Era eso lo que me hacía temblar?
Agarré a Matías y lo metí
adentro. Creo que un poco lo obligué. Lo mejor sería que nos pusiéramos a tirar
fichas de dominó por el aire, o nos sentáramos a ver la tele.
A la noche volví a casa.
Las piernas me seguían
temblando. No podía dormir. Todavía sentía mucha vergüenza y yo olía a trapo
viejo mojado."
--
Este texto no es mío, es de Estela Getino,
que es cineasta, mujer y maratonista principiante, y que comparte estas escenas
breves en su Facebook[1]. A veces, en el arte, se dice la verdad contando
mentiras y no sabemos si esta historia sucedió, pero sí sabemos que es cierta.
La Conquista empezó hace más de quinientos
veinticuatro años y continúa hoy. Se reedita cada vez que quien tiene algún
tipo de poder, lo usa para justificar el despojo. Tuvo su réplica tardía en
nuestra región con la Campaña del Desierto, y aún hoy hay quienes piensan que el
exterminio puede ser bandera de cruzadas. La Conquista continuó con las maniobras
que fueron despojando a quienes sobrevivieron de las tierras que les quedaban;
porque lo que no lograron la masacre, la esclavitud, la enfermedad; lo
continuaron y profundizaron el alcohol, la marginalidad y la pobreza, cercadas
las comunidades originarias por la voracidad del estanciero, de la explotación
minera y forestal, o del turismo. La ambición humana de tener más, de poseerlo
todo.
La Conquista debe detenerse en cada persona,
o no tendrá fin. Nuestro pueblo, este rejunte que somos, traído por el viento,
nos da una oportunidad que no tuve en mi niñez, la oportunidad de crecer con la
diversidad, aceptándola y aprendiendo de ella. Cuando viajaba desde mi pueblo a
Buenos Aires, en colectivo al centro, o volvía cansada a la noche, viajando
parada, jugaba a adivinar dónde iba a bajarse la próxima persona. Logré afinar
bastante este sexto sentido, que me dejaba conseguir asientos rápido con
bastante precisión. Mucho más tarde, quizás demasiado, se me ocurrió pensar
cómo elegía a la siguiente persona en bajar. Era por el color de su piel, por
cómo iba vestida. Encontré que hay una relación entre nuestro origen étnico y
nuestros ingresos y nivel de vida.
Esto no se refleja solamente en los lugares
en los que nos toca vivir. Estuve investigando un poco: Pensemos en la
población carcelaria de nuestro país. Una pensaría que la distribución de los
grupos debería seguir la distribución de la población. Así, si de cada 100
personas que viven en nuestro país, 6 son extranjeras, es cuanto menos raro que
de cada 100 personas presas, 22 sean extranjeras[2]. Sería tres veces más. En otro informe encontré que el
85 por ciento de la población carcelaria no llegó a completar su secundaria[3]. Busqué datos sobre los orígenes socioeconómicos y veo
que alrededor del 80% no cuenta con empleo fijo o es mano de obra desocupada. Parece
que tener un empleo estable y la secundaria terminada hacen más difícil el
ingreso al sistema penitenciario.
¿Y quiénes completan sus estudios? Flavia
Terigi, investigadora en Educación, realizó una comparación entre diversos
programas latinoaméricanos que intentaban apuntalar la permanencia de los
chicos y chicas en las escuelas y describe el fenómeno de “vulnerabilización”. Extraigo
este segmento que lo explica: “Tomamos
la expresión “vulnerabilizados” (...),
en tanto consideramos
que expresa mejor
que “vulnerables” una
condición que afecta
a vastos sectores
de las poblaciones urbanas. Esa condición es el resultado histórico y (esperamos)
reversible de procesos sociales que
producen como efecto
la situación de
vulnerabilidad: los grupos
no “son” vulnerables
por alguna condición
propia que los
haga tales, sino
que están colocados
en situación
de vulnerabilidad por
efecto de procesos de concentración
de la riqueza, de explotación económica, de segregación en la participación
política y de desigualdad en el acceso a los bienes culturales.” [4]
Les pido que hagan el siguiente ejercicio con
la hojita de papel: piensen en dos personas que conozcan que hubieran querido
poder terminar la primaria o la secundaria, pero no pudieron. Anoten los
nombres en el papelito, primero (van a necesitar lugar para otras líneas, no
ocupen toda la hoja). ¿Listo? Ahora piensen dos personas que tengan un trabajo
eventual, que no tengan siempre trabajo, a veces sí y a veces no. Pero lo
importante es que ustedes consideren que el trabajo que hacen es, digamos entre
comillas, “menor”. Anoten. Otras dos.
Ahora otras dos personas, piensen en un nivel
gerencial, o de conducción política, con responsabilidades “importantes” en un
trabajo “importante” (lo digo entre comillas porque hay mucho para pensar sobre
esto). Anoten sus nombres.
Y, el último grupo, si conocen, el nombre de dos
personas que estén presas. Les doy tiempo…
--
¿Qué nos pasa, aquí y ahora, con éstos temas?
¿Qué tienen que ver la escena de la tía aterrorizada por un niño de cuatro años
portando un globo, las poblaciones
marginalizadas, el color de la piel, los asientos libres en un colectivo lleno
de gente que vuelve a casa, qué tienen que ver las cárceles argentinas con Roca
y las tres carabelas?
Hace un par de semanas, la Prefectura torturó
a dos chicos de una villa de Buenos Aires, por portación de ropa que no se
ajustaba a su idea de cómo debe vestirse una persona de la villa. Cuando los
medios le preguntaron al padre del pibe de 15 qué sentía, el señor respondió:
impotencia. Gracias al apoyo de las organizaciones sociales a la persecución
posterior, siete prefectos fueron dados de baja de la fuerza[5]. ¿Qué tiene que ver esto con la Conquista?
¿Quiénes son los trabajadores golondrina?
¿Dónde tienen sus casas? ¿qué significa no tener tierra? ¿Qué pasa cuando se
organizan, como en el caso por ejemplo del Movimiento Campesino de Santiago del
Estero, el MOCASE, o el Movimiento Sin Tierra, en Brasil? ¿De quiénes son las
venas abiertas de América Latina?
Alguna vez escuché a la periodista y
activista Naomi Klein decir que los tiempos de las sociedades son inmensos, y
que todavía, más de 500 años después, no terminamos de atender a todas las
consecuencias de la Conquista de América. Quienes estaban ahí en el origen,
siguen hablando hoy, por boca propia y ajena. Porque hoy estamos acá, juntos, y
nuestras diferencias debieran fortalecernos y no separarnos. De la
discriminación nace el miedo, que pone entre rejas tanto al puño que aplasta
como al brote que surge.
La Conquista continúa, y tenemos que terminar
con su historia de miedo y arrogancia. Sin miedo, somos tierra que anda: ¡Runa
allpacamaska![6].
Fuentes:
[4] Segmentación
urbana y educación en América
Latina. Aportes de seis estudios sobre políticas de inclusión educativa en
seis grandes ciudades de la región. Flavia Terigi. Revista
Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y
Cambio en Educación (2009) - Volumen 7, Número 4 http://www.rinace.net/reice/numeros/arts/vol7num4/art2.pdf
y otro
informe encuentra que de “(…) los jóvenes urbanos cuya madre tiene baja
educación, más del 40% han desertado (55% en las zonas rurales); en cambio,
entre aquellos cuya madre ha completado al menos la educación primaria, la
proporción bordea el 15% en las zonas urbanas y el 34% en las rurales.”[4]
[6] De
Atahualpa Yupanqui, “El hombre es tierra que anda.” http://www.fundacionyupanqui.com.ar/tierraqueanda.html