Llegar a Thailand desde New Zealand fué un shock en varios aspectos. Uno es la infraestructura. Otro es el bochinche de Bangkok, una ciudad bastante cercana a Buenos Aires en el quilombo de ruido y tránsito.
Al principio pensé que era parecida a Cuba, o Bolivia, pero budista. Después me empezó a sonar más como Brasil y la Argentina. La infraestructura estatal tiende a lo monumental, ya sea en los palacios, edificios de gobierno, en los templos o en los mismos puentes sobre los ríos.
La primera noche caí en una guesthouse que encontré en la Lonely Planet, estaba cansada por el vuelo así que no me importó que el ruido ambiente hiciera que la habitación pareciera estar dentro de un boliche. A la madrugada me despertó la conversación entre una prostituta y un turista, en el bar al que daba la ventana de mi habitación. Una conversación surrealista, en algún momento él la amenazó con llevarla a la policia si no lo amaba (sí, eso le dijo), en otro momento ella fingía 'despertarse' y no recordar nada de lo que había pasado, y ahora era ella la que amenazaba con denunciarlo por drogarla. Extraño.
La calle en la que me quedé se llama Khao San Road (o Th' Khao San, porque thannon es calle, creo), y vendría a ser el lugar donde crashean todos los mochileros y turistas de bajo presupuesto en Bangkok. Hay gente en la calle y puestos y negocios abiertos hasta eso de las tres o cuatro de la mañana, y a eso de las seis ya empieza la actividad de nuevo. Por supuesto, con mis hábitos nocturnos, ví más de la actividad de las seis de la mañana que las de la noche khaosanera.
Comida... puestos en la calle con un montón de cosas ricas, Pad thai (fideos saltados con cositas), pastelitos de coco, fruta de todos los tamaños y colores, que los vendedores limpian de semillas muy prolijamente con un palito de brochete. Se puede comer desde por dos pesos en los puestos hasta unos veinte o cuarenta pesos en los restaurancitos con local. La cerveza suele salir lo mismo que un plato de comida, lo que dice algo de la manera en la que los tailandeses determinan los precios, creo.
Nunca preguntar si algo es picante. La respuesta es siempre no... y siempre es picante. Creo que la definición de picante acá debe ser bastante rara. Por ejemplo, se conoce que
no se aplica a la comida picante.
A los dos o tres días conseguí una habitación en una guesthouse en otra calle, atrás de Khao San, que me gustó más y es más tranquila, con árboles y todo. La habitación es chiquita, de paredes de madera que se mueven bastante, tiene un ventilador y agua caliente en la ducha. Salía 200 bahts la noche, 10 bahts más cara que la otra. El baño de la anterior no me había gustado, pero más adelante me dí cuenta que era porque los turistas inexpertos no entendiamos como mantenerlo limpio, que basicamente consiste en pegar una baldeada con agua cuando uno termina, sacando agua de los tachos ubicados a tal fin en las premisas (yo pensé que eran para tirar en el inodoro nomás, en fin).
Debo haber malinterpretado el cartel de 'No se admiten tailandeses', seguramente era para que no resultaran ofendidos ante la mugre que haciamos los turistas. Seguramente.
Lo primero que hice al día siguiente de llegar es ir a conocer Wat Po, que es el templo que alojó la primer universidad acá en Tailandia, y recibir un masaje. Obviamente, cuando llega al cuello la masajista, horrorizada, me pregunta “¿computadora?”. Yo la miro con cara de... “y, sí... qué le vamos a hacer”.
Depués me fuí en barquito por el Chao Praya, el río que corta Bangkok, hasta una parte de la ciudad donde hay un templo hindú, y subí caminando hasta el Lumpini Park, donde un amable caballero alemán me informa que esos simpáticos bichos tomando sol a la orillita de los lagos son dragones de komodo, que como todo el mundo sabe, si te muerden: alpiste. Hay gente haciendo tai chi, me quedé mirándolos un rato (un señor dragón de komodo me imita desde arriba de una piedra).
Otro día me voy a un mercado, para eso me voy caminando para el norte de la ciudad, pasando por la calle donde están muchos de los edificios ministeriales, que me hace acordar un poco a Libertador, o a esa calle en La Habana donde están las embajadas, que me llevó a recorrer Juan Pablo. Ahí es cuando empiezo a pensar en una Tailandia más parecida a Buenos Aires y las distancias se acortan un poco más. Paso también por el zoológico, por la puerta de un par de museos y por adentro de un palacete/museo que todavía está cerrado (paso demasiado temprano a la mañana, para escaparle a la calor). Unos militares me cortan el paso, primero pienso que es por el tren, pero no, es por un grupo de autos del gobierno, andá a saber a quién llevarían. Llego al mercado después de tomar un taxi y un subte.
Y, cuando ya me cansé de recorrer la cosa turística, me pongo a buscar en la Lonely Planet alguna otra cosa para hacer. Me inclino por ir a ver cómo es la cosa en un templo, Wat Mahattat, donde hacen prácticas de meditación Vipassana. Según la guía, es cuestión de caerse nomás. Pero cuando llego, parece que había que concertar entrevista. Igual una amable señora me dice que me lleva cuando termine de desayunar, y mientras la espero me siento en la puerta del lugar. Al rato pasa una monjita (budista) que se me acerca y me pregunta que hago ahí. Le digo lo de la señora que está desayunando. La monjita me termina arrastrando hasta el ala donde se hace la práctica de meditación y resulta que tenía razón.
Hay otro occidental, pero él se está quedando a dormir ahí. El resto es gente de Tailandia, que tienen como costumbre pasar al menos un día del mes en el templo. Acá en Tailandia es tradición que los hombres al menos una vez en su vida tomen los votos. La mayor parte pasa unos tres meses en el templo en los alrededores de los veinte años. Yo voy a la mañana y me quedo hasta media tarde, así que desayuno caminando algo que consigo en la calle y almuerzo en el templo. En el medio un monje dirije la práctica de meditación (mayormente en Tailandés). Cuando estoy por largar la toalla o salir corriendo (o prenderle fuego al templo), me voy a hablar un rato con un muy amable caballero que trabaja ahí. Es otro ritmo el del templo. Interesante después volver a la locura khaosanera.
Algo que me llama la atención es la cantidad de gente con remeras amarillas que anda caminando por la calle. A estas alturas, con el tema de las manifestaciones en Abril, casi todo el mundo escuchó que los seguidores de Thaksin (el ex-primer ministro), usan remeras amarillas. Pero en Tailandia el amarillo es el color del Rey, así que los lunes todo el mundo suele usar remeras amarillas con el emblema del Rey. El viernes es el turno de las remeras celestes, que también está asociado con la familia real. Cuando los tailandeses hablan de Su Rey, se escuchan las mayúsculas.
Algunas foticos de la ciudad en
este álbum en PicasaY un pequeño mapita armado a las apuradas con algunos lugares interesantes en Bangkok.
Ver Bangkok en un mapa más grandeMás notas sobre Thailandia en un próximo boletín, redacción tema: Wat Po y la escuela de masaje tailandés.