lo escrito

sábado, 12 de octubre de 2013

me sentí brote

Estas palabras las escribí para el acto del Día del Respeto a la Diversidad de 2013, allá lejos y hace tiempo. 


Desde hace tres años, oficialmente dejamos de celebrar “la” raza y empezamos a hablar de respetar la diversidad. Digo oficialmente porque seguramente éramos muchos los que antes lo hacíamos, pero luego de 500 años de “conquista” y doscientos de identidad nacional como Argentinos, ya iba siendo hora de empezar a dialogar con las voces de los originarios desde otro lugar: el que forzosamente compartimos. Y digo forzosamente porque ninguno de nosotros tuvo elección, nadie puso un pie aquí por primera vez y conquistó un espacio que ya estaba poblado. Ninguno de nosotros saqueó, borró, destruyó, o dejó, en silencio, que eso pasara. O quizás habría que pensarlo mejor, preguntarnos si eso pasó hace 500, 200, cien años, o ayer nomás, Ecuador de los ochentas, cuando el genocidio del grupo maya quiché, el pueblo de la premio nobel de la paz Rigoberta Menchú, o como en nuestro país, hoy, cada vez que se deja a la gente de la tierra fuera de su tierra para dársela a los que la acumulan pero no la viven.

  En su discurso de Angostura, Simón Bolívar dijo lo siguiente:
            “(…) no somos Europeos, no somos Indios, sino una especie media entre los Aborígenes y los Españoles. Americanos por nacimiento y Europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado.  (…)
            Miremos a nuestro alrededor: Si el caso que describe Bolívar es el más extraordinario y complicado… entonces, nosotros, en nuestro pueblo, podemos decir que nos la ingeniamos para complicar todavía más el panorama. Salimos por esa puerta y nos cruzamos con gente de Europa y América, sí, pero también de todas las Asias, algunas Áfricas, y Oceanía.  Dentro de nuestras puertas convivimos también con múltiples diversidades, que no se agotan en la estricta dicotomía aborigen/español. Cada uno de nosotros sabe exactamente cuál es el mejor cuadro de fútbol, la mejor forma de hacer asado, cómo hay que cebar el mate y qué se le puede poner de relleno a las empanadas. Hablamos en cordobés, salteño, santacruceño, jujeño, porteño, formoseño, rosarino. Y también tonadas que vienen más de lejos, Paraguay, Bolivia, Chile, Colombia, Perú, hablamos en mapuche, aymará y quechua. O no, porque enseguida que empezamos a hablar se nos mezcla la tonada y empezamos a poner y sacar eses y jotas. Será el viento, que nos mezcla las voces y las recetas de cocina.

  En la pared podemos ver escrito un verso del poema “Yo fui mi ruta” de la puertorriqueña Julia de Burgos, pero quería también leerles la línea anterior:
Ya definido mi rumbo en el presente,
me sentí brote de todos los suelos de la tierra

  Nos encontramos aquí, hoy, reunidos en este presente, amontonados por el viento. Y, volviendo a las palabras de Bolívar, vemos que los problemas que nos angustian son bastante parecidos, ¿cuál es exactamente nuestro derecho a la tierra? ¿desde dónde nos encontramos, dentro de tanta diversidad? ¿Con qué sentido nos encontramos? Respetar la diversidad implica entenderla, que no sea un obstáculo para actuar en común, sino una fuente de riqueza y variedad: una abundancia exuberante que nos permita construir un presente completo, con todas nuestras voces.

  Pero esa es la versión positiva de esta fecha. Si hablamos de que es necesario respetar algo, será porque es cotidiano que ese algo no se valore lo suficiente y porque, como sociedad, estamos de acuerdo en que se debe valorar más. Pero individualmente todos los días vemos que, en lugar de ser algo apreciado, la diversidad, lo que nos diferencia del otro, es una amenaza, algo a lo que hay que atacar o que nos pone en peligro. Nos da risa que el otro sea “negrito” o “la rubia”. En grupo siempre es más fácil atacar, excluir al que es diferente, como nos contaba hace poco Adriana, leyéndonos “La comunidad” de Kafka.

  Lo cierto es que es el hecho de que seamos a la vez parecidos y diferentes lo que hace que podamos construir algo valioso. Nuestras semejanzas nos unen y nuestras diferencias nos enriquecen. De hecho, valoramos las piedras y los metales preciosos por su rareza: cuanto más diferentes y únicas son, más las apreciamos. Ojalá podamos hacer lo mismo con nuestras culturas y nuestros vecinos.

Me gustaría pensar que, si los techos, los jardines, las escuelas, el puesto, la comuna, si las paredes de nuestro pueblo tuvieran una voz y pudieran decir algo, digo, como si fueran realmente un organismo vivo, me gustaría que lo que se escuchase fuera algo así, me gustaría que nuestro pueblo se sintiera brote de todos los suelos de la tierra.

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