Estas palabras las escribí para el acto del Día del Respeto a la Diversidad de 2013, allá lejos y hace tiempo.
Desde hace tres años, oficialmente dejamos de celebrar “la”
raza y empezamos a hablar de respetar la diversidad. Digo oficialmente porque
seguramente éramos muchos los que antes lo hacíamos, pero luego de 500 años de
“conquista” y doscientos de identidad nacional como Argentinos, ya iba siendo
hora de empezar a dialogar con las voces de los originarios desde otro lugar:
el que forzosamente compartimos. Y digo forzosamente porque ninguno de nosotros
tuvo elección, nadie puso un pie aquí por primera vez y conquistó un espacio
que ya estaba poblado. Ninguno de nosotros saqueó, borró, destruyó, o dejó, en
silencio, que eso pasara. O quizás habría que pensarlo mejor, preguntarnos si
eso pasó hace 500, 200, cien años, o ayer nomás, Ecuador de los ochentas, cuando
el genocidio del grupo maya quiché, el pueblo de la premio nobel de la paz
Rigoberta Menchú, o como en nuestro país, hoy, cada vez que se deja a la gente
de la tierra fuera de su tierra para dársela a los que la acumulan pero no la
viven.
En su discurso de Angostura, Simón Bolívar dijo lo siguiente:
“(…) no
somos Europeos, no somos Indios, sino una especie media entre los Aborígenes y
los Españoles. Americanos por nacimiento y Europeos por derechos, nos hallamos
en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de
mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores;
así nuestro caso es el más extraordinario y complicado. (…)
Miremos a
nuestro alrededor: Si el caso que describe Bolívar es el más extraordinario y
complicado… entonces, nosotros, en nuestro pueblo, podemos decir que nos la
ingeniamos para complicar todavía más el panorama. Salimos por esa puerta y nos
cruzamos con gente de Europa y América, sí, pero también de todas las Asias,
algunas Áfricas, y Oceanía. Dentro de
nuestras puertas convivimos también con múltiples diversidades, que no se
agotan en la estricta dicotomía aborigen/español. Cada uno de nosotros sabe
exactamente cuál es el mejor cuadro de fútbol, la mejor forma de hacer asado,
cómo hay que cebar el mate y qué se le puede poner de relleno a las empanadas. Hablamos
en cordobés, salteño, santacruceño, jujeño, porteño, formoseño, rosarino. Y
también tonadas que vienen más de lejos, Paraguay, Bolivia, Chile, Colombia,
Perú, hablamos en mapuche, aymará y quechua. O no, porque enseguida que
empezamos a hablar se nos mezcla la tonada y empezamos a poner y sacar eses y
jotas. Será el viento, que nos mezcla las voces y las recetas de cocina.
En la pared podemos ver escrito un verso del poema “Yo fui mi
ruta” de la puertorriqueña Julia de Burgos, pero quería también leerles la
línea anterior:
Ya definido mi rumbo en el presente,
me sentí brote de todos los suelos de la tierra
me sentí brote de todos los suelos de la tierra
Nos encontramos aquí, hoy, reunidos en este presente,
amontonados por el viento. Y, volviendo a las palabras de Bolívar, vemos que
los problemas que nos angustian son bastante parecidos, ¿cuál es exactamente
nuestro derecho a la tierra? ¿desde dónde nos encontramos, dentro de tanta
diversidad? ¿Con qué sentido nos encontramos? Respetar la diversidad implica
entenderla, que no sea un obstáculo para actuar en común, sino una fuente de
riqueza y variedad: una abundancia exuberante que nos permita construir un
presente completo, con todas nuestras voces.
Pero esa es la versión positiva de esta fecha. Si hablamos de
que es necesario respetar algo, será porque es cotidiano que ese algo no se
valore lo suficiente y porque, como sociedad, estamos de acuerdo en que se debe
valorar más. Pero individualmente todos los días vemos que, en lugar de ser
algo apreciado, la diversidad, lo que nos diferencia del otro, es una amenaza,
algo a lo que hay que atacar o que nos pone en peligro. Nos da risa que el otro
sea “negrito” o “la rubia”. En grupo siempre es más fácil atacar, excluir al
que es diferente, como nos contaba hace poco Adriana, leyéndonos “La comunidad”
de Kafka.
Lo cierto es que es el hecho de que seamos a la vez parecidos
y diferentes lo que hace que podamos construir algo valioso. Nuestras
semejanzas nos unen y nuestras diferencias nos enriquecen. De hecho, valoramos
las piedras y los metales preciosos por su rareza: cuanto más diferentes y
únicas son, más las apreciamos. Ojalá podamos hacer lo mismo con nuestras
culturas y nuestros vecinos.
Me gustaría pensar que, si los techos, los jardines, las
escuelas, el puesto, la comuna, si las paredes de nuestro pueblo tuvieran una
voz y pudieran decir algo, digo, como si fueran realmente un organismo vivo, me
gustaría que lo que se escuchase fuera algo así, me gustaría que nuestro pueblo
se sintiera brote de todos los
suelos de la tierra.