El jueves 2 de junio, el micro de las 18:00 que venía desde Calafate a Chaltén, fué detenido por Gendarmería como es rutinario, a la salida de Calafate. Al micro subieron dos gendarmes. Hasta aquí, lo que suele pasar, suben, te piden el DNI para revisar la lista de pasajeros (o a veces sin la lista, deben tener una memoria prodigiosa estos muchachos).
Casi todo “bien”. Una, que tiene ganas de llegar a su casa y que cree entender que algo están haciendo, porque la explicación de esta demora debe tener que ver con el tema de la trata de personas, o algún operativo; le alcanza al operativo su DNI, o su cédula-vencida-que-ya-no-existe-más-pero-donde-salí-mejor-en-la-foto, y sigue camino.
Pero esta vez no estuvo todo “bien”.
El gendarme le pidió a la pasajera que abriera su mochila. Cabe agregar aquí que la pasajera en este caso es una mujer curtida por la vida, de entre 40 y 50 años, que viajaba con su hija de veintipico, embarazadísima de muchos meses la joven, y que la pasajera en cuestión venía de hacerse un estudio de contraste de esos que te dejan tirada y sin defensas.
Acá con la mochila no hay forma de zafarla, ¿qué motivo tiene un gendarme masculino para revisar el bolso de mano de una pasajera femenina, con DNI de la zona, en la lista de pasajeros?
El menos-que-humano le hizo sacar sus medicamentos de la mochila, amenazó por radio que la mujer llevaba medicamentos “sin receta” (¿una tiene que cargar permiso de portación de los remedios que usa?).
El sabueso del terror le pidió que sacara la ropa interior que la mujer tenía dentro de la mochila, y que le mostrara “más abajo, más al fondo”, lo que tenía en el bolso.
El abusador le hizo explicarle y rogarle por sus medicamentos que llamara al puesto sanitario de Chaltén para confirmar que ella estaba autorizada a transportar esos remedios.
El malnacido trabajaba con un compañero gendarme, que no detuvo el abuso, y con la complicidad del resto del micro, que no dijo nada.
Cuando se bajó del micro, después de terminar su “trabajo”, el gendarme prendió un cigarrillo y compartió unas risas con sus compañeros del destacamento. Después de esta escena, se prendió un pucho. Dejo al criterio de quien lee la interpretación de este acto.
Uno acá tiene que pararse a pensar un poco, porque el reflejo es indignarse y cuestionar a la víctima por no haberse defendido. Es lo que me pasó a mi ayer a la noche, cuando la estudiante de la EPJA Primaria me contaba lo que les había hecho a ella y a su hija este agente público que se supone que debería estar protegiéndolas, cuando volvían de los controles médicos que se habían hecho en Calafate. Y yo, imbécil, lo primero que pensé fué: “éso a mí no me puede pasar” y “yo no dejaría que éso me pase”. ¿Qué me “defiende” de éso? ¿Mi color de piel? ¿la tonada con la que hablo? ¿mi título universitario? No debo poner en la víctima la responsabilidad de la defensa. Debo culpar al atacante por las faltas cometidas. No debo poner en la víctima la responsabilidad de la defensa. Debo culpar al atacante por las faltas cometidas. Repetir mil, dos mil, las veces necesarias, hasta que lo entienda.
Dos mujeres, una embarazada de muchos meses y su madre, que una noche quieren llegar a su casa viajando 220 kilómetros y que intentan cumplimentar con lo que les pide un supuesto oficial de seguridad. En vez de eso, son menospreciadas y amenazadas por un loco armado con poder.
¿Qué detiene este tipo de accionar abusivo por parte del personal de Gendarmería? Una, una sanción por parte de la superioridad por abuso de poder. Otra, una denuncia pública de que este tipo de acciones no pueden tener lugar.
Otra más, y la primera, una reacción de parte de todo el pasaje del micro. Porque, como me podría pasar a mí, cualquiera iba a intentar causar el menor problema posible con tal de que no la “bajaran del micro” (el último micro en el día, lejos de casa, sintiéndome mal, viajando con la panza de mi hija que cada vez se pone más nerviosa). Inclusive comerse el abuso. Pero si más personas del pasaje del micro le dicen al inhumano que se detenga, que explique ese accionar, el operativo de abuso se detiene. Porque no hay explicación. Ninguna de estas acciones (desde el pedir la documentación en adelante) es legítima. Solamente las legitima nuestro acuerdo de que cooperamos con ellas.
Cuando decimos Ni una menos decimos que el abuso no puede dejarse pasar. No es casual que esto le pase a dos mujeres viajando “solas” (solas en un micro con otra decena de personas, muchas vecinas de su localidad). Cuando decimos Ni una menos significa que hay que hacer lo que uno pueda para detenerlo, que no estamos solas cuando viajamos.
Espero que alguien levante estas líneas y pueda hacer algo más. Pueda continuar con el siguiente paso en la cadena de pasos que haga que este infrahumano ya no le pueda hacer ésto a otra persona que quiera llegar a su casa, viajando 220 kilómetros en medio de la noche helada que tuvimos el jueves pasado.
Casi todo “bien”. Una, que tiene ganas de llegar a su casa y que cree entender que algo están haciendo, porque la explicación de esta demora debe tener que ver con el tema de la trata de personas, o algún operativo; le alcanza al operativo su DNI, o su cédula-vencida-que-ya-no-existe-más-pero-donde-salí-mejor-en-la-foto, y sigue camino.
Pero esta vez no estuvo todo “bien”.
El gendarme le pidió a la pasajera que abriera su mochila. Cabe agregar aquí que la pasajera en este caso es una mujer curtida por la vida, de entre 40 y 50 años, que viajaba con su hija de veintipico, embarazadísima de muchos meses la joven, y que la pasajera en cuestión venía de hacerse un estudio de contraste de esos que te dejan tirada y sin defensas.
Acá con la mochila no hay forma de zafarla, ¿qué motivo tiene un gendarme masculino para revisar el bolso de mano de una pasajera femenina, con DNI de la zona, en la lista de pasajeros?
El menos-que-humano le hizo sacar sus medicamentos de la mochila, amenazó por radio que la mujer llevaba medicamentos “sin receta” (¿una tiene que cargar permiso de portación de los remedios que usa?).
El sabueso del terror le pidió que sacara la ropa interior que la mujer tenía dentro de la mochila, y que le mostrara “más abajo, más al fondo”, lo que tenía en el bolso.
El abusador le hizo explicarle y rogarle por sus medicamentos que llamara al puesto sanitario de Chaltén para confirmar que ella estaba autorizada a transportar esos remedios.
El malnacido trabajaba con un compañero gendarme, que no detuvo el abuso, y con la complicidad del resto del micro, que no dijo nada.
Cuando se bajó del micro, después de terminar su “trabajo”, el gendarme prendió un cigarrillo y compartió unas risas con sus compañeros del destacamento. Después de esta escena, se prendió un pucho. Dejo al criterio de quien lee la interpretación de este acto.
Uno acá tiene que pararse a pensar un poco, porque el reflejo es indignarse y cuestionar a la víctima por no haberse defendido. Es lo que me pasó a mi ayer a la noche, cuando la estudiante de la EPJA Primaria me contaba lo que les había hecho a ella y a su hija este agente público que se supone que debería estar protegiéndolas, cuando volvían de los controles médicos que se habían hecho en Calafate. Y yo, imbécil, lo primero que pensé fué: “éso a mí no me puede pasar” y “yo no dejaría que éso me pase”. ¿Qué me “defiende” de éso? ¿Mi color de piel? ¿la tonada con la que hablo? ¿mi título universitario? No debo poner en la víctima la responsabilidad de la defensa. Debo culpar al atacante por las faltas cometidas. No debo poner en la víctima la responsabilidad de la defensa. Debo culpar al atacante por las faltas cometidas. Repetir mil, dos mil, las veces necesarias, hasta que lo entienda.
Dos mujeres, una embarazada de muchos meses y su madre, que una noche quieren llegar a su casa viajando 220 kilómetros y que intentan cumplimentar con lo que les pide un supuesto oficial de seguridad. En vez de eso, son menospreciadas y amenazadas por un loco armado con poder.
¿Qué detiene este tipo de accionar abusivo por parte del personal de Gendarmería? Una, una sanción por parte de la superioridad por abuso de poder. Otra, una denuncia pública de que este tipo de acciones no pueden tener lugar.
Otra más, y la primera, una reacción de parte de todo el pasaje del micro. Porque, como me podría pasar a mí, cualquiera iba a intentar causar el menor problema posible con tal de que no la “bajaran del micro” (el último micro en el día, lejos de casa, sintiéndome mal, viajando con la panza de mi hija que cada vez se pone más nerviosa). Inclusive comerse el abuso. Pero si más personas del pasaje del micro le dicen al inhumano que se detenga, que explique ese accionar, el operativo de abuso se detiene. Porque no hay explicación. Ninguna de estas acciones (desde el pedir la documentación en adelante) es legítima. Solamente las legitima nuestro acuerdo de que cooperamos con ellas.
Cuando decimos Ni una menos decimos que el abuso no puede dejarse pasar. No es casual que esto le pase a dos mujeres viajando “solas” (solas en un micro con otra decena de personas, muchas vecinas de su localidad). Cuando decimos Ni una menos significa que hay que hacer lo que uno pueda para detenerlo, que no estamos solas cuando viajamos.
Espero que alguien levante estas líneas y pueda hacer algo más. Pueda continuar con el siguiente paso en la cadena de pasos que haga que este infrahumano ya no le pueda hacer ésto a otra persona que quiera llegar a su casa, viajando 220 kilómetros en medio de la noche helada que tuvimos el jueves pasado.