Para desconectarme un poco del ritmo alocado de la temporada de verano, aproveché que venían unos días de buen clima y decidí irme de campamento para el lado de Lago del Desierto. Mirando para donde iría, decidí tratar de encontrar el refugio Diablo desde el que, se dice, hay una vista espectacular a varios glaciares, lagos y cordones de montaña justito justito sobre la frontera entre Argentina y Chile. Hay una historia corta y una historia larga al respecto.
La historia corta es que no encontré el refugio, jé.
La historia larga, pero más interesante, es que me pasé cuatro días de caminata a través del bosque en otoño, rojos, amarillos, rositas, verdes intensos. Y lagos y arroyitos, piedra y ríos y mallínes. A continuación, el desarrollo de esta versión larga, y más interesante, de la historieta.
Día 1: De punta a punta (Lago del Desierto)
Ya no corre el barquito que hace la navegación en el Lago del Desierto (otro signo de que terminó el verano), así que la cuestión era usar el sendero que va desde la punta sur del lago hasta el puesto de gendarmería que está permanente en la punta norte. El año pasado me había quedado con las ganas de ver el bosque inmenso del lago en otoño, así que era una buena oportunidad para conocer esta otra cara del paisaje. En Abril las lengas y ñires van virando el color del follaje del verde, al amarillo y al rojo intenso. Luego las hojas se caen y cubren el piso del bosque, una avanza bajo una luz especial...
Y la luz era bastante especial, porque salí un día de lluvía, después de un par de lluvias bastante intensas, pero con la esperanza de que el pronóstico le acertara y los días de caminata por el valle del río Diablo fueran los mejorcitos. Aparte, empezaba a trabajar el 1ro, así que tampoco podía estirarme demasiado.
La combi salía al mediodía desde El Chaltén y llegamos a la punta sur del lago a eso de las 13:40, así que empecé la caminata a paso rápido alrededor de las 14:00. A paso rápido es un decir, pero digamos que iba motivada por la idea de que no quería llegar demasiado de noche a la punta norte, y suponía que al menos 6 horitas me iba a llevar la pateada.
Mucha agüita y barro en el sendero, y todos los arroyitos que bajan de la ladera hacia el lago creciditos, así que tuve que pararme a vadear varias veces. O sea sacarse las botas, medias y gritar un par de eternos segundos hasta llegar al otro lado del arroyito en cuestión, recuperar la sensibilidad de los pieses y volver a calzarme. La caminata durante las secciones de bosque; el silencio más cerrado. Al acercarse a los arroyitos, era como una ráfaga de viento en los árboles que iba haciendose más fuerte cada vez. Y un giro en el sendero, una bajadita, y ahí aparecía el arroyo, tan campante.
Estaba todo bastante cubierto y todavía lloviznaba un poco, pero adentro del bosque no se sentía. Al rato de caminar encontré la cabañita abandonada (o una de ellas) que según escuché por ahí, era parte de un plan de prospección durante el gobierno de Perón en los '40 de tender una ruta entre Argentina y Chile. La otra vuelta que hice este sendero (habrá sido por el
2004/2005) me paré en todos lados a chusmear y sacar fotos, esta vez quería llegar lo más rápido posible.
Así que no paré demasiado a mirar el lago, o los glaciares bajando del Vespignani, o a sentarme un ratito al costado de algún río para tomar mate.
Igual, con apuro y todo, se me hizo de noche. A eso de las 18:30 ya estaba bastante oscurito, aunque todavía había algo de claridad. La punta norte seguía iluminada por bastante tiempo, pero anochecer tenía que anochecer, y finalmente sucedió. El sendero es bastante claro, saqué la frontal y seguí caminando. Hasta que perdí el sendero (las hermosas hojitas marrones cubrían todo, sendero incluído) y me metí en un mallín de morondanga, así que tuve que empezar a zigzaguear para encontrar el senderito de nuevo. No hay posibilidad de perderse, en realidad, así que iba tranqui. De un lado el lago, del otro el valle sube... la cuestión era tratar de llegar y no tener que pasar esa nochecita en el bosque, que estaba bastante mojadito.
Finalmente bajé del faldeo por el valle y empecé a caminar por la playa del lago... con la luz del puesto allá en la distancia. La playa no era muy amplia, supongo que el lago estaría un poco más crecido por la lluvía o algo así, porque me tuve que subir un par de veces a unos pedruzcos sobre la costa, con el lago tocando los antedichos pedruzcos. Si hubiera sido de día ningún problema, pero no veía nada y no me acordaba si estaba yendo bien o si iba a tener que desandar para retomar por arriba. Y las olitas y el viento... sucundún sucundún... Así que finalmente fué un alivio cuando encontré el cartel y la tranquera de los gendarmes. Lo que sí casi me mata del susto fué una liebre que apareció corriendo desde adelante y que quedó mirándome como una marmota, medio encandilada con la luz de mi frontal. Liebre ridícula.
Desde la puerta del puesto de Gendarmería, ya me tenían calada y me fueron guiando (o tratando de meterme de cabeza en una platea en construcción, no sé) con la luz de una linterna por adonde era más fácil caminar, mientras nos saludábamos de lejos. Y llegué y largué la frase en la que había estado pensando toda la última parte del trayecto (en algo hay que pensar cuando una está metida hasta las narices en un mallín y tratando de decidir si eso sobre lo que una está parada alguna vez calificó como sendero). Así que se las dije:
—Creo que la pizza llegó fría.
Se rieron un poco y me dejaron pasar para hablar con el Jefe y ver si me podía tirar en algún rinconcito a pasar la noche. Me dejaron quedarme en un quincho que tienen ahí, así que desensillé y empecé a preparar la cena (unos riquísimos fideos con saborizante carne, mucho queso, empanadita y chocolate de la Choco de postre ¡ñam!, por no mencionar unos sorbitos de whisky para calentar el alma un poco).
El sueño de la noche solamente fué interrumpido por un gatito que intentaba entrar, pero que se dió rápidamente por vencido. Little did she know...
Día 2: Hacia el Refugio Rio Diablo
El gran error fué mirar solamente un mapa. El de Aoneker, para más datos. Le había preguntado a algunos amigos y tenía idea de por donde ir. Nada demasiado complicado, excepto encontrar el lugar donde cruzar el río. Hay varias opciones para encontrar el refugio, yendo por la margen izquierda del río o por la margen derecha. Yendo por la margen derecha había que cruzar menos veces el río, así que iba a tratar de encontrarlo. Mi mapa mostraba un punto de cruce, supuestamente justo antes de un lugar con un morrito adelante... Pero me adelanto.
Empecé masomenos temprano a la mañana, con un rico desayuno y unos mates en la orilla del lago. La vista del cordón del Fitz estaba medio cubierta con esas nubes densas que hacen pensar que son parte de la montaña, sobre todo cuando les da el sol enrojecido del amanecer. La montaña es la nube, que a medida que amanece se va consolidando en piedra.
Los niveles del paisaje están marcados con el movimiento del Sol. Se lo ve recorrer las lomadas de los cerros descubriendo piedra, bosque y finalmente un lago.
A los dos termos de mate decidí que ya tenía suficiente, terminé de acomodar las cosas en la mochila y les dejé parte de la comida a los señores gendarmes, así no tenía que cargar tanto peso. Para alivianar tampoco había traído la carpa, solamente la bolsa de dormir y el saco de vivac.
La salida de Gendarmería va subiendo por un faldeo sobre el lago, recorriendo hacia el oeste la punta norte. Había bastante agua y barro, todo cubierto por una capita de hojas recién caídas que me hicieron meter la pata una que otra vez. Por suerte A. me había recomendado el método "bolsita de nylon" que no será lo top de la tecnología en campamento de montaña, pero hicieron que llegara a la noche con las patas secas.
En un poco menos de una hora se llega a un mirador desde el que se ve una pampita verde abajo, y el valle del río Diablo, que iba a estar recorriendo ése día. En la pampita está el casco viejo de la estancia de Sepúlveda. Enfilé para la casa y, después de saltiquear por un sector medio anegado, pasé el límite del cerco. Más allá de la casa un grupo de vacas me miraban con cara de sorprendidas.
Paré un poco a mirar adentro de la casa, totalmente destruída y se vé que las vacas lo usarían de establo a estas alturas. Pero todo alrededor, un césped verde hermoso. Lo marqué en mi mapita personal como lugar para mate a la vuelta. Como me había dicho Daniel, el Jefe de los gendarmes, había un cartel pasando la estancia. Y dos metros más allá, la inundación...
Un poquito por allá y otro poquito por acuya, saltando (no demasiado atléticamente) sobre troncos y árboles caídos, pude pasar al otro lado. Y ahí empezaba el mallín...
Así que me fuí más para la derecha, tratando de subir un poquito más para evitar el mallín contra el río y encontré el senderito que iba a través del bosque. Un bosque hermoso. Más viejo todavía que el bosque alrededor de la laguna Torre, con árboles bien espaciados y de troncos rugosos y rectos. Daba la idea de un cuadro de Klimt, pero viejo e inmenso. El suelo, cubierto de helechitos y hojas caídas.
De a ratos me encontraba con el río, de a ratos tenía que negociar un avance medio complicado entre ramas de árboles más jóvenes. Encontré el morrito que me había dicho F., lo pasé por la izquierda. Cada tanto había una marca en los árboles, o una pirca entre las piedras, así que me quedaba tranquila. Buscaba la cascadita que tenía que marcar la pasada al otro lado. A eso de las 16:20, digamos, encontré un lugar donde había un par de piedras pintadas de rojo frente al río y unas marcas rojas en los árboles. Parecía la pasada que había marcada en el mapa, pero de la cascadita ni novedades. Seguí dándole por la margen derecha, pero se empezó a complicar; primero todo un sector de unos árboles gigantescos caídos (pensé que eran los que habían dicho el gendarme sobre los que iba a tener que pasar), y después el senderito empezó a subir pegándose al rio con una pendiente fuerte. Y ahí ya no me convenció el tema porque sola, y con la mochila, si me llegaba a caer iba a ser un quilombete. Así que a la hora de esto decidí volver y encontrar un lugar lindo cerca del río donde pasar la noche.
Volví hasta las piedras rojas, pensando un poco más se me ocurrió que podría dejar la mochila ahí a la mañana y probar cruzando el río hacia el otro lado para ver si esa era la pasada del mapa realmente. Cerca de las piedras rojas, había un nivel intermedio que estaba lo suficientemente alejado del rio como para tener un poco de silencio (aparte en este lugar el río corria bastante tranquilo). Acomodé el aislante y la bolsa al lado de un tronquito caído para tener un poco de protección del viento, si llegaba a ponerse a soplar. El hueco que quedaba lo rellené con la mochila. Dejé los bastones cerquita... si se me acercaba un pumita a la noche lo iba a agarrar a bastonazos. Me puse a cocinar una cena tempranera mientras absorbía el paisaje de los alrededores. El sol le pegaba fuerte al cerrito de enfrente, en su camino de salida. Mirando el mapa, cada vez me convencía más de que este era el lugar donde había que cruzar. Pero ¿dónde estaba la famosa cascadita?
Enfrente se veía una subita fuerte, desde cerca del río hasta el fondo una pared de roca sobresalía cada tanto sobre los árboles. Quizás muy cerca del rio se pudiera caminar. O entrando un poco más al bosque encontraría el sendero que mostraba el mapa.
Me tiré a leer un rato, me había llevado las Cartas sobre la poesía de Mallarmé. Mallarmé me recuerda en sus cartas a
Lady Schrapnell, o algo así. Tendría que leer algo de su poesía, porque sus cartas me suenan bastante artificiales. Después de la cena, le tocó el turno a otra dosis de chocolate, esta vez con pedacitos de naranja. Mh... rrrrico.
Desde la bolsa de dormir se veía el cielo estrellado y algunos segmentos de los picos de enfrente. Dos ramas gigantescas se enraizában hacia las estrellas. Mirándolas un rato, me pareció estar mirando un óceano de estrellas que flotaban a la deriva. Cuando me despertaba a la noche, se habían movido un poco más. O estaba nublado. O estaba despejado de nuevo, negro profundo delineado en el frío de la noche.
En realidad, no hacía frío. Digo el frío de
allá afuera, el del otro lado de las ramas desnudas de los árboles. El aire era tan limpio que era blando.
Día 3: Search & Return
A la mañana me levanté temprano, todavía de noche (bueno, amanece tarde más bien) y me preparé para dejar todo listo y cruzar el río. Dejé la mochila atada a un árbol (eso no me salvó del posterior ataque de un par de felinus malditus a mis empanadas, pero me adelanto).
El cruce fué más fácil de lo que pensaba, el río estaba menos frío que los arroyitos que había cruzado en el sendero a la Punta Norte. Dejé las crocs colgadas del otro lado y, después de secarme las patas, me volví a calzar las botas para explorar un rato las inmediaciones. Primero seguí un sendero que se metía en el bosque, pero eso me llevó a empezar a subir hacia la pared que había visto desde el otro lado y cuando se puso medianamente complicado me bajé. Después empecé a seguir el río, que a esa altura se le unía un arroyito desde la izquierda (lo que cerraba con la descripción del libro de Alonso), lo seguí un rato hasta que el sendero también empezó a subir, pero menos cerca de un despeñadero, así que seguí
camino hasta llegar a un manchón de arbolitos jóvenes que (no demasiado amablemente) me cedieron el paso y medio agarrada de unas matas de mutillas llegué a un punto alto desde donde podía ver el valle hacia adelante. Un (otro) lugar hermoso. Las laderas cubiertas de árboles de todos colores, con el sol que todavía no había asomado del todo... los sectores iluminados eran un estallido de rojos y amarillos.
Creo que por ahí estaba la cuestión; pero bueno, todavía me quedaba la vuelta desde la punta norte hasta el lago, y el regreso al Chaltén. Así que hasta ahí llegué y será para otra caminata el encontrar el refugio con sus vistas.
Desde ahí empecé a volver por el río hasta donde había dejado las crocs. La bajada del morrito éste estaba salpicada de bloques de piedra llenos de musgo, árboles caídos, chorritos de agua bajando por las paredes verdes y llegando en hilitos hasta el arroyo más abajo.
Por supuesto me pasé de largo y salí unos metros más allá. Había una bandada de ratuchitas veteadas (en cuanto tenga la guía a mano agrego el nombre específico) muy confianzudas que saltaban de rama en rama entre mis medias. Me calcé las crocs de nuevo y vadée de vuelta hacia mi mochila.
El regreso fué tranquilo, paré bastante a sacar fotos y a admirar el río y los cerros de los alrededores.
A la vuelta, tomé por un sendero que me llevaba más lejos del río. De a ratos el senderito desaparecía, esta es una zona bastante húmeda y supongo que debe regenerarse rápido la cobertura del bosque. Cuando llegué cerca de la estancia, rodée el mallín por la parte de atrás y entré por el costado, esquivando la inundación bastante.
En la estancia el solcito daba a pleno, me tiré al pasto al lado de una mata de calafate y calenté un poco de agua para los mates que me había prometido a la ida. Había muy poquito viento, así que comí algo y me quedé un rato explorando los alrededores. Encontré manchones de plantas de frutillas y rosales alrededor de la casa. También estaban las vacas y caballos, supongo que estos últimos de la tropilla de gendarmería. Me bajé una porción de salamín con algunas empanaditas... ¡ricas!
Ya en la recta final de la caminata del día, solamente quedaba pasar el morrito y llegar a Gendarmería a pasar la noche. El sendero estaba mucho menos embarrado y la vista al llegar al lago era todavía más espectacular. Todo el cordón del Fitz y del Torre, pero de la cara norte...
El julepe padre me lo dió un carpintero al que se le ocurrió salir volando cuando me vió en el sendero. Ya llegando a Gendarmería me recibió el arroyito del que sacan el agua, con la arboleda rojiza reflejándose en la superficie.
Me dejaron de nuevo pasar la noche en el quincho, así que me bajé un litro de jugo (creo que nunca como tan poco sano como cuando estoy de campamento), preparé unos mates y una sopa y me la fuí a comer al lago para ver el atardecer. Cual no sería mi sorpresa cuando al regresar... ¡me encontré con los gatos de gendarmería manducándose lo que quedaba de mi salamín! ¡No! ¡Malditos! Los corrí a los gritos pero eso no evitó que además del salamín dieran cuenta de mi empanada ¡la caprese! y de la última que me quedaba de queso y cebolla. Así no se puede, loco.
Una vez sellado todo el quincho a cal y canto, me fuí de nuevo a la orilla del lago a seguir (ad)mirando el atardecer, esta vez acompañada de una copita de whisky con chocolate derretido...
Día 4: de regreso al pueblo
Otro día de salida tempranera, quería llegar lo antes posible a la punta sur para encontrar algún alma caritativa que me llevara al pueblo. Saqué algunas fotos del amanecer, que estaba hermoso, claro. Otro día despejado y con linda temperatura. Esperaba que hubiera menos agua en el sendero después de dos días sin lluvias. Me despedí de la gente de la punta norte, que mantienen un destacamento permanente durante el invierno (extrañamente, me dijo Daniel, cuanto más fácil es llegar, menos dura la gente en el puesto... antes venían a caballo en dos días desde La Florida para traer las provisiones materiales y se quedaban 3 meses. Ahora, vienen en helicóptero y la gente está 30-40 días. La mayor parte son de Formosa, pero también hay algunos Correntinos y creo que algún Chaqueño).
A la vuelta le dí derecho hasta el mirador, el bosque sobre el lago es algo magnífico y siempre me sorprende. Tanta arboleda hermosa de lengas y ñires... Y los notros, y los guindos... Cuando era chica y escuchaba hablar del Lago del Desierto me imaginaba un páramo seco. El mundo se me dió vuelta la primera vez que subí la lomita de la punta sur y me quedé tarada mirando ese bosque infinito.
No tuve que descalzarme para vadear, mitad porque todo venía con poca agua y mitad porque le pegué a los senderos que van más cerca del lago, donde desembocan los arroyos y todo es más bajito. Me quedé un rato en una playita frente al hotel en medio del lago, el sonido de las olas llegando y retirándose era como el sonido de un tambor oceánico. Algo circular.
Poca fauna, un huet huet, algún carpitero pitío en solitario y los pajaritos bullangueros que nunca faltan. En algunos momentos me pareció oler zorrino, pero creo que era yo.
A eso de las 15:00 llegué a la punta sur y crucé la pasarela. Mi plan era calentar agua para el mate, elongar y conseguir alguien que me llevara de regreso. Cumplidos los dos primeros puntos pasó un pescador que me dijo que iba a hacer unos tiritos y que sí, ningún problema, pero justo cayó una pareja de médicos de Dolores (Alejandra -médica forense- y no-recuerdo-el-nombre-del-marido-médico-clínico) que estaban de vacaciones relámpago por el sur y se habían venido de Calafate por el día. Como querían hacer algo distinto, llegaron hasta la punta sur y agarraron el senderito al glaciar Huemul, volvían esa tarde a Calafate y al día siguiente se iban a pescar. Si alquien que lea esto los conoce, pasele el link con las fotos del lago, por favor, y mi eterno agradecimiento por el tirón hasta la esquina de casa. Por supuesto, nos volvimos tomando mate.
Cuando llegué al pueblo me emprolijé un poco, me saqué el olor a zorrino de encima y nos fuimos al gimnasio a ver el Torneo de Hockey que estaba en su anteúltimo día. (Al día siguiente, ganarían Las Cachañas.)
Más info:
Trekking a Refugio Rio Diablo (Punta Norte del Lago del Desierto) 2011
Nota de Al borde con bastante historia (Jorge Gonzáleze)
Y Milthon sí llegó
Armando, Sandra y Gaby también... pero por el otro lado (Partes
1,
2,
3 y
última)