lo escrito

miércoles, 15 de septiembre de 2021

diario del nacimiento de la primavera

Día uno – Caminata a Madsen

Entrando a la vieja chacra, el pasto verde todavía sorprende al cierre de este invierno de agua. Cuando me alejo del caserón de chapas para mear atrás de unas matas de mosqueta (pura rama sin hojas visibles), encuentro el zanjón que acumula lluvia o nieve. El otro día que vinimos todavía estaba todo congelado. Ayer y hoy estuvo frío, pero el calorcito de la semana pasada ya se llevó el hielo que registraba nuestros piedrazos y hoy solo queda algo de escarcha en los bordes del agua.

Éste es uno de los pocos lugares del pueblo que permanece verde en el invierno. Pinos, abetos, algún ciprés, plantados al cubierto de la lomada. La necesidad del pionero de recordar que el verano, como tantas otras cosas, regresará algún día.

Día dos – desde la ventana

Volvió la nevisca, por lo menos no es lluvia. Ayer hacía calor, ese calor relativo que significa que no hubo viento y la temperatura subió de cero. Pero los sauces del cerco del fondo de casa habían entendido que ya era hora y empezaron a verdear. Una sombrita verde, dudosa, que hay que mirar dos veces para encontrarla. Y cuando pestañeás, ya hay una hojita trémula verde brillante, viva.

Pero hoy volvió la nevisca, y estuvo acumulando todo el día. Las ramas están cubiertas de blanco, y lo único que queda esperar es que, debajo de la nieve pegada, el verde todavía resista un poco más.

Día tres – haciendo mandados

Volviendo del supermercado y la carnicería (las costillitas entran el miércoles), disfruto en solitario el sol de la mañana temprana. Casicasi ya se palpa el solcito de primavera, ése que cala y calienta a través del aire blando de la hora, aunque llovizne desde alguna nubecita y una gire y gire por las veredas, siguiendo sus rayos, buscando el arcoíris… pero ya casi.

Junto al poste de concreto en la vereda, un terrón de tierra derrapada se abre al aire. Asoman pares trenzados de cobre, cables telefónicos, abriéndose como las raíces de un árbol tumbado. Se me ocurre: las redes como un bosque, cubriendo el planeta.

Día cuatro – Bahía Túnel

Práctica de manejo a Bahía Túnel, un momento de zozobra en el estacionamiento cuando a mi amiga se le ocurre sugerir una maniobra de último segundo y yo no coordino más que a dar un frenazo para no irnos sobre una mata de calafate. Viene viento del sur y ajustamos las camperas y los gorros, pero cuando amaina está precioso para sentarse al sol en el pasto amariverde de la bahía. Caminamos un poco y chapoteo entre el mallín acolchonado, subimos la ladera para evitar algunos hilos de agua de deshielo y elegimos sentarnos junto a unas matas de calafate al cubierto de unos ñires ya bien verdes, para parar el viento.

Es tan bella la vista a la estepa, la inmensidad del lago, algún témpano allá lejos y atrás las montañas. Para el lado del pueblo, arriba del Pirámide de nuevo hay nieve, pero es como un espolvoreo de azúcar impalpable que enseguida se vuela. 

Mi amiga necesita correr un rato. Yo camino entre la mata negra, neneos, senecios, los arbolitos jóvenes de ñire ya muestran sus hojas. Alguna liebre sale corriendo y sobre el lago flotan unos patos, o quizás sean cauquenes.

Cuando nos sentamos de nuevo a tomar un té caliente, mi amiga señala los calafates, abrigados como nosotras entre las ramas del ñire.

—Ya están en flor.

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